miércoles, octubre 31, 2007

!Que venga esa copita de cerveza!

¡Que venga esa copita de cerveza! Esa era la mejor frase para comenzar a liberar toda la responsabilidad que reposó malditamente en nuestros hombros. Trabajos vienen y trabajos van. Ahora que veo a mí alrededor y veo que ningún compañero murió en el intento, comienzo a entender el refrán que dice: No hay castigo que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista. Pero del mismo que se acabo esa ganada cervecita, se acabo la alegría.

La culpa la tiene ese impertinente genoma o célula u hormona u órgano o tejidos, o lo que sea que nos produce inconscientemente el llamado del deber; y es que no había pasado la primera etapa de nuestro doctorado, cuando ya debíamos empezar la conquista de la segunda. Así fue como comenzó otra carga, aún más pesada; a nuestro alrededor se posó una especie de nigromancia, o al menos, eso creo yo. Y es que coño, ¡libros van y libros vienen! y a la vaina esta no le acababa de descubrir su fecha de vencimiento.

Así pasaron meses y meses, y a medida que avanzaba en mi tesis y que creía que encontraba la salida, volvía el jarro de agua de fría del profesor: “Quite esto y ponga esto; borre esto; rescriba este capítulo; aumente la bibliografía; manifieste su parecido o critique tal argumento. Ay mi madre me decía, eso si, en voz baja. Pero bueno, por lo menos, tenía un as bajo la manga, y es que: No hay castigo que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista.

Al fin, después de casi 8 meses, donde estudiaba cuando podía y no cuando quería o mejor dicho: estudiaba cuando mi niña recién nacida me dejaba. Como decía, después de 8 meses, gastando tinta de la impresora, logré concluir, junto a mis demás compañeros nuestros respectivos trabajos.

Temerosamente lo llevamos a calificar, sin embargo, después que el profesor los lee con pose de torturador, lapicero rojo y el ceño plisado, nos dictamina su veredicto. No recuerdo haber oído la calificación de ninguno de nosotros, ni siquiera la mía, supongo que habré estado en el baño, o cagándome o vomitando, honestamente no recuerdo, pero mis temores súbitamente desaparecieron cuando veo a mi regreso del baño, el reflejo de felicidad en todos mis compañeros: ¡Javier! –grito Gaspar, mi amigo brasileño, ¡pasemos, pasemos!, supongo que por decir ¡pasamos, pasamos!.
Asi, después de 8 meses; después de tanta carga; después de casi tirar la toalla; después de maldecid y maldecid y después de haber cumplido satisfactoriamente nuestra segunda etapa, podemos decir nuevamente ¡Que venga esa copita de cerveza!

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