La caida que no sentí.
LA CAIDA QUE NO SENTÍ
Ese día amanecí como muchos
otros, con el deseo de desear. Se hacía tarde ya para despegar a la afanada
rutina de deambular a un futuro que se ofrece, pero que no se regala. Llegué
como de costumbre a la oficina, supongo cerca de las 07:20 am y me trasladé a
la lectura ya casi terminada del libro La
vida que no elegí de Lorena Franco. Este libro me cautivó tanto que mi
esposa percibió eso y decidió apartarse un momento de Netflix y copiarme.
Avanzó lento el día, como suele
suceder cuando ansías lo contrario. Sin embargo, la lucha indetenible de un
reloj venció y de repente llegó la 06:00 p.m., hora de ir a la Universidad. La
suerte del día se hizo esperar hasta esa hora de la tarde cuando nos notifican
que no había clases.
Decidí, bueno, mal decidí ir a un
Cigar a buscar lo que sin duda alguna no iba a encontrar y no me iba a
convenir, pero si me iba a convencer de lo que intuitivamente ya recibía. De
camino llamé a mi hermano, experto en
cigarros para preguntarle si él tenía planes de ir al Cigar ese día: Me estoy
parqueando, fue la respuesta.
Ahí, aún sin saberlo, mi suerte
se hacía ya presente. Procedí a encender el primero de los cigarros que
supuestamente me fumaria ese día y me senté a querer percibir lo imperceptible.
Al cabo de media hora, el lugar se hacía intransitable e incomodo por la
cantidad de visitantes que allí se dio cita. El humo incordiante salía
disparado de los innumerables puros encendidos y quedaba encarcelado en el
pequeño lugar.
Quizás la mejor decisión tomada,
después de la mía de apagar el puro a medias, la tomó mi hermano de abrir
ventanas y puertas, pues él, aun siendo experto y fumador experimentado estaba
percibiendo lo que ya, a mi me había condenado.
Al poco tiempo de haberme visto
obligado a apagar mi puro por mi condición, que se trasladaba de estado lúcido
a aturdido y que poco más tarde pasaría a estado de desfallecimiento temporal,
me decido a retirarme, no sin antes pasar por el baño a refrescarme con
abundante agua.
Al salir del baño, sentía que el
mundo se venía encima y que los objetos caminaban, me despedí y acto seguido me
precipité al piso producto de ese desfallecimiento temporal que mencionaba y
que sería el encuentro de la sensación mas perturbadora jamás haya
experimentado.
Javier! Javier! gritaba mi
hermano desconsolado. ¿Cómo te llamas? Me decía uno de los presentes. ¿Cinco
por cinco? A todas las preguntas respondía mientras sentía el correr de los
sudores que me hicieron mojar la camisa. Le bajó la azúcar, la presión, eso fue
que no comió. Así opinaban todos los ahí espectadores, mientras estaba en el
suelo abrazado de una vergüenza que quería ocultar.
Mientras, veía acorralado a mi
hermano en un susto que se negaba a desampararlo y un dolor en la mano producto
de colocarla para evitar que mi cabeza que se dirigía a gran velocidad al piso
frio y hediondo de humo, impactara librándome de una caída que no sentí.
Su impresión me conmovió, ver
florecer esa sensación de un hermano que quizás pensó estaba perdiendo su otro
hermano. Verme precipitado en el piso lo ancló a un estado de shock y a mí en
un estado de placidez.
Me sentí protegido, amado,
querido y claro mareado.
Su reacción en esa caída que no
sentí, ha sido el mayor episodio de amor que haya sentido de mi hermano y raro
podría ser para quien lo lea, pero, ¿acaso no está llena la biblia de eso? De
episodios que duelen, que no se entienden, pero ciertamente, a la larga o a la
corta dan paz.
Buenos humos!
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