viernes, febrero 08, 2019

La caida que no sentí.


LA CAIDA QUE NO SENTÍ

Ese día amanecí como muchos otros, con el deseo de desear. Se hacía tarde ya para despegar a la afanada rutina de deambular a un futuro que se ofrece, pero que no se regala. Llegué como de costumbre a la oficina, supongo cerca de las 07:20 am y me trasladé a la lectura ya casi terminada del libro La vida que no elegí de Lorena Franco. Este libro me cautivó tanto que mi esposa percibió eso y decidió apartarse un momento de Netflix y copiarme.

Avanzó lento el día, como suele suceder cuando ansías lo contrario. Sin embargo, la lucha indetenible de un reloj venció y de repente llegó la 06:00 p.m., hora de ir a la Universidad. La suerte del día se hizo esperar hasta esa hora de la tarde cuando nos notifican que no había clases.

Decidí, bueno, mal decidí ir a un Cigar a buscar lo que sin duda alguna no iba a encontrar y no me iba a convenir, pero si me iba a convencer de lo que intuitivamente ya recibía. De camino llamé a  mi hermano, experto en cigarros para preguntarle si él tenía planes de ir al Cigar ese día: Me estoy parqueando, fue la respuesta.

Ahí, aún sin saberlo, mi suerte se hacía ya presente. Procedí a encender el primero de los cigarros que supuestamente me fumaria ese día y me senté a querer percibir lo imperceptible. Al cabo de media hora, el lugar se hacía intransitable e incomodo por la cantidad de visitantes que allí se dio cita. El humo incordiante salía disparado de los innumerables puros encendidos y quedaba encarcelado en el pequeño lugar.

Quizás la mejor decisión tomada, después de la mía de apagar el puro a medias, la tomó mi hermano de abrir ventanas y puertas, pues él, aun siendo experto y fumador experimentado estaba percibiendo lo que ya, a mi me había condenado.

Al poco tiempo de haberme visto obligado a apagar mi puro por mi condición, que se trasladaba de estado lúcido a aturdido y que poco más tarde pasaría a estado de desfallecimiento temporal, me decido a retirarme, no sin antes pasar por el baño a refrescarme con abundante agua.

Al salir del baño, sentía que el mundo se venía encima y que los objetos caminaban, me despedí y acto seguido me precipité al piso producto de ese desfallecimiento temporal que mencionaba y que sería el encuentro de la sensación mas perturbadora jamás haya experimentado.

Javier! Javier! gritaba mi hermano desconsolado. ¿Cómo te llamas? Me decía uno de los presentes. ¿Cinco por cinco? A todas las preguntas respondía mientras sentía el correr de los sudores que me hicieron mojar la camisa. Le bajó la azúcar, la presión, eso fue que no comió. Así opinaban todos los ahí espectadores, mientras estaba en el suelo abrazado de una vergüenza que quería ocultar.

Mientras, veía acorralado a mi hermano en un susto que se negaba a desampararlo y un dolor en la mano producto de colocarla para evitar que mi cabeza que se dirigía a gran velocidad al piso frio y hediondo de humo, impactara librándome de una caída que no sentí.

Su impresión me conmovió, ver florecer esa sensación de un hermano que quizás pensó estaba perdiendo su otro hermano. Verme precipitado en el piso lo ancló a un estado de shock y a mí en un estado de placidez.

Me sentí protegido, amado, querido y claro mareado.

Su reacción en esa caída que no sentí, ha sido el mayor episodio de amor que haya sentido de mi hermano y raro podría ser para quien lo lea, pero, ¿acaso no está llena la biblia de eso? De episodios que duelen, que no se entienden, pero ciertamente, a la larga o a la corta dan paz.

Buenos humos!




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